Había días que al levantarnos ya había salido y al acostarnos todavía no había llegado. Los pocos ratos que coincidiamos, lo veíamos serio, cansado y a veces, incluso malhumorado.
Era un hombre a una nariz pegado, un hombre alto y delgado, de tez morena y pelo cano.
No era malo, pero se le respetaba. Su descanso era lo más importante. En la hora de la siesta ni las moscas volaban.
Sin embargo, los recuerdos no son malos. El rato que nos dedicaba siempre era agradable. Bromeaba con nosotros, nos contaba historias. Recuerdo que me cogía a los hombros, y desde allí arriba yo me sentía importante, poderosa.
Cuando viajábamos al pueblo, a ver a abuela, siempre me cogía de la mano. Nos tomábamos todos los refrescos que quisiéramos, hasta terminar empachados. Y allí, en la garganta, nadabamos juntos. Creo que él me enseñó a nadar.
Según fuimos creciendo, buscábamos más libertad y eso ya le empezó a costar. Tuvimos nuestros más y nuestros menos, nuestra relación ya no era fácil, era tensa, pero yo seguía queríendole como cuando tenía 7 años.
Entonces, cayó enfermo. Aquello nos descolocó a todos. Yo pensaba que lo perdía sin haber podido tener una conversación relajada con él. Me costó ir al hospital, no podía soportar la idea de verle allí tumbado, entubado, quieto... Pero me hizo llamar. Algo empezaba a cambiar.
Gracias al cielo, se recuperó. Desde los últimos días de hospitalización, ya habíamos notado el cambio. Comía macarrones!! nunca los quiso en casa porque decía que era cosas de niños. Algo había pasado esas dos semanas.
Entonces se convirtió en una más grande persona si cabe. Dejó de fumar, bueno, no volvió a fumar y comenzó a engordar. El gesto también le había cambiado, sonreía más. Empezó a ser cariñoso con nosotros y a implicarse ya en nuestras cosas.
Y desde entonces es el padre más maravilloso del mundo. Siempre tiene una palabra de ánimo, un beso, una sonrisa. Su lema en la vida es: si tú estás bien, yo estoy bien.
No se preocupa, no le afectan las cosas demasiado y tiene ese ritmo del que pueden disfrutar los jubilados felices. Siempre sonriente, siempre moreno. Ahora cocina, lava y barre. Y habla, habla hasta por los codos.Cuando me dicen, eres igual que tu padre. Yo, orgullosa respondo: no, él es más guapo.
Felicidades Aita. Te quiero mucho.
Soy Fara, tengo un blog donde cuento mi historia para ser mamá.
ResponderEliminarMe gusto mucho todo lo que escribis. Te invito a pasar por el mio! Te sigo! Me seguis?
Me ha gustado mucho como lo describes, es hermoso.
ResponderEliminarUn beso gordo, reina.
A veces cuando la vida parece tornarse de negro, aparece un rayo luz que lo ilumina todo; como si las cosas tuvieran que ponerse muy mal, para empezar a ir bien. Me alegra esa "catarsis" de tu padre y me han gustado mucho las palabras que le has dedicado. Un abrazo
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