El pasado fin de semana, para celebrar los 70 años de mi padre, fuimos toda la familia a una casa rural en la Rioja.
Es la primera vez que hacíamos algo así los ocho juntos, y pensaba que iba a ser un desastre, pero la verdad que lo disfrutamos un montón, y ya estamos pensando en preparar otra pronto.
La que más lo disfrutó sin duda, fue la peque, mi sobri. Y su alegría nos fue contagiada a todos. No se despegaba de mi y de marido. Supongo que al ser con los que menos tiempo pasa, nos quería exprimir al máximo.
Disfrutamos de comida, bebidas y bodega. De paseos, de barbacoa y conversaciones hasta la madrugada.
Pero sobre todo, disfruté de volver a ser una niña. Nos pasamos el finde jugando al uno, a las palabras encadenadas y a las guerras de cosquillas. Saltamos a lo loco por las calles empedradas, y corríamos a escondernos. Nos dejamos mojar por la lluvia y probamos todos los aparatos de gimnasia de un parque de mayores. Reimos hasta que nos dolía la tripa, comimos chuches y no escatimamos en abrazos y besos.
Me sentí revivir, aunque a ratos pensaba en todo de lo que la vida me estaba privando, en cuanto veía esa sonrisa y la luz de esos ojazos, volvía a mi y a mi alegría y a mi locura olvidada.
También fui consciente de lo mal que hablo. La de tacos que suelto. Ya la primera noche, mi sobrina me regaló un "tita, te voy a lavar la lengua con lejía". Pero perdí la cuenta de las veces que repitió su "tita... es boca...."
Mi niña se está haciendo mayor, pero me ha regalado la posibilidad de que yo vuelva a ser niña.
Seguiré informando.